Me quiero quejar de algo y no sé bien de qué, todos estos días sentí la necesidad inmensa de quejarme por sentir que vivo ante la constante exigencia del todo. ¿Realmente vinimos al mundo a atender a las demandas del caos social? ¿Cuál es mi rol como participante activo del caos que nos acontece?
No logro detenerme un segundo ante el flujo energético de los días, veo pasar al sol y a la luna frente a mí como si fuera un bucle de software más.
Creo que resulto ser más que solidificante en mi mente el criarme bajo la tutela de una computadora. Desconozco de dónde provino tal pasión, pero la fórmula que compone a un hijo único y una pantalla puede ser desencadenante de muchas aristas.
El primer recuerdo que tengo de haberme sorprendido con la tecnología fue en jardín de infantes, salita de cuatro. Teníamos una habitación de informática donde tengo la reminiscencia de que había solo una computadora (o al menos que recuerde que anduviera) que probablemente usara Windows 95 como sistema operativo. El profesor nos ponía un juego similar a una especie de buscaminas, parecido a un mapa de tuberías donde avanzabas con un personaje, honestamente siempre me fue un recuerdo difuminado. En mi memoria visual el juego poseía la típica combinación de colores magenta y cian, como, así también algunas figuras con forma de píldoras.
Ja, quiero hacer una interrupción en el relato. Acudí a la IA compartiéndole parte de mi párrafo anterior y solicitándole que me dijese cuál pudo haber sido el juego... y entre las opciones que me sugirió la que más pareciera coincidir con mi recuerdo es la siguiente: Supaplex.
Esto despertó cierta curiosidad en mí, a medida que pasaba el tiempo más personas próximas adquirían su primera computadora, hasta que llegó el momento de tener la mía propia en casa. Esto fue una completa revolución para mí mente, cientos de botones, carpetas, archivos, fondos y protectores de pantalla se disponibilizaban delante mío con tan solo nueve años de edad.
Qué emocionante era comprar un CD e introducirlo en la lectora... por lo general disparaban un wizard de instalación y luego de unos mágicos clics teníamos la posibilidad de habilitar un nuevo entorno. Claro, era la época donde los monolitos locales funcionaban, no existía la posibilidad, al menos popularmente, de sincronizar datos entre miles de personas como hoy con Cloud, en la Argentina de aquellos años a duras penas algunos tenían acceso a Internet y eso nos parecía algo muy ajeno a nosotros.
Creo que no fue sino hasta la llegada de Messenger que gran parte de la población (indiferentemente de la edad) se volcó a los cybers y a todo ese auge dosmilero que todos en Argentina conocimos. No tuve Internet hasta llegados mis once años aproximadamente, donde el módem (siempre pegado al teléfono fijo) se encontraba muy lejos de mi computadora por lo que un largo cable de red (de más de seis metros) recorría el departamento hasta llegar a él.
Me resulta increíble creer que durante muchos años fue así dado que tengo el vivo recuerdo de cuando adoptamos a mi primer perro Kevin (que en paz descanse) el cual de cachorro cortaba numerosas veces el cable mordiéndolo. Para ese entonces yo tenía quince años, así que probablemente el WiFi llego a mi vida poco tiempo después.
Entre los once y catorce años de edad me sumergí en el mundo de los blogs, aprendí lo básico de HTML, CSS y la posibilidad de insertar algún que otro script sin tener noción clara de lo que estaba haciendo. No había cursos de nada, la información no era de tan fácil acceso o al menos no se encontraba digerida de manera que un chico de tal edad pudiera simplemente sentarse a programar.
Posiblemente esos fueron los años más solitarios de mi vida, ante la imposibilidad de integrarme en un grupo de amigos de mi edad, armaba mi propio entorno bajo mi control. Yo era creador de una comunidad de fanáticos de Dragon Ball Z, teníamos portal, foro, radio chat y sección de noticias. Posteriormente fui hosting de un servidor de Mu Online y administre mi propio servidor de Counter-Strike 1.6, siempre la tendencia era la misma... me gustaba tener el control de mi propio universo y sentirme validado en él.
El título de esta publicación era "Me quiero quejar de algo", y sí. Me quiero quejar de la destrucción que generó este embrollo de algoritmos, el estudio de nuestros patrones mediante información voluntariamente servida por nosotros. Lejos de estar más conectados, estamos cada vez más solos. Creemos conocer a las personas por una foto y una descripción. Somos capaces de virtualizar totalmente a un ser humano en un objeto dentro una pequeña caja de memoria.
const humano = {
nombre: "Un humano...",
descripcion: "... que supo serlo"
}
¿Por qué me apasiono algo que hoy critico tanto? De lunes a viernes paso ocho horas diarias programando para una empresa ajena de la cual ya no tengo control más que de las líneas que escribo (y hasta ahí). Por momentos me siento una hormiga obrera forjando un monstruo que pasea datos de un lado a otro, sí... el servicio es consumido y utilizado por la gente, podríamos decir que le facilitamos la vida a otras personas que se encuentran en demanda de una necesidad. Pero... ¿Dónde estoy yo en todo esto?
A veces río al leer publicaciones de otras personas en Reddit comentando que en cualquier momento se escapan al campo a criar vacas, de hecho el TL (Team Leader) de la empresa donde trabajaba antes (que hoy considero un amigo) bromeaba con eso bastante seguido. Creo que tengo la profesión más desconectada de la naturaleza que pueda existir, totalmente aislado de lo animal.
¿Está bien perder nuestra animalidad por un algoritmo? Estoy sentado en la silla programando y la veo a mi perra Kiara aproximarse a mi, mirándome fijamente mientras yo estoy absorto en el editor de código, pensando cómo hacer para que algo funcione y las ventas de la empresa crezcan... Kiara debe pensar que estoy derritiéndome mirando una pared fijamente.
Uno de mis amigos más abstraídos en los algoritmos (posiblemente el programador más talentoso que conocí en mi vida) terminó con su vida a los veintiocho años de edad, su espalda era corva, se alimentaba mal y su casa era una jungla de artefactos desparramados. Por momentos me veo un poco como él, trato de mantener un aspecto decente pero muchas veces no tengo ganas.
Borré mis redes sociales por decisión propia, me quiero quejar de la inmundicia de Instagram y la destrucción mental que está generando. Estupidizados viendo un carrousel de historias de veinticuatro horas de personas que conocemos y muchas otras que no tenemos absoluta idea de quiénes son. Preocupados por aparentar tener una vida interesante, enfocados en que quién nos mire sienta envidia de no estar viviendo un momento como tal. ¿Qué nos paso?
No me interesa saber tanto de tu vida, tampoco tengo deseos de sentir la necesidad de compartir cada cosa que hago. ¿Por qué cuando voy a un recital en mi mente se cruza la necesidad de registrar el momento y compartirlo con todos aquellos que me siguen? La respuesta a toda esta inmundicia es:
D E S I N T O X I C A C I O N
D E S I N T O X I C A C I O N
D E S I N T O X I C A C I O N
Aunque crítico fervientemente la palabra "productividad", debo reconocer que dejar de usar Instagram logro que me enfocara más en mis cosas. Estoy estudiando más, intentando terminar de leer algunos libros y escribiendo por cuenta propia (por eso me estas leyendo). El mayor problema es el celular, lamentablemente cuando toda una sociedad esta montada a un dispositivo, no pertenecer a él es complicado. La necesidad de una comunicación con el entorno social y cultural en el que estamos inmersos lleva a uno a engañarse en creer que es demandante de algo que no es más que una parafernalia.
Más me dan ganas de quejarme cuando olvidamos que Instagram no es más que un producto perteneciente a META, una de las empresas más nefastas de la actualidad. También quiero quejarme de la dependencia que está generando la inteligencia artificial en todos nosotros, más de una persona me ha confesado pedirle consejos a la IA para sentirse mejor, consejos dados por un embrollo de algoritmos alimentados por todo un mundo neurótico orquestado por los más poderosos.
¿Es que acaso nadie se da cuenta la locura que estamos viviendo? Cómo decía Mafalda...
Me quiero bajar... con treinta años me quiero bajar. Las ganas de bajarme las vengo teniendo hace bastante ya, posiblemente nunca pise (irónicamente) tierra aquí. No lo sé... mi mejor amiga durante mucho tiempo fue la ansiedad y hoy aprendo de ella para no volverme loco por vivir mentalmente en un futuro distópico donde nada de lo que imagino está ocurriendo.
Posiblemente si tuviera que hablar de un "cable a tierra" en este mundo en colapso sería el arte. Forjé mi adolescencia en géneros pesados (Heavy Metal y sus vertientes, Hardcore Punk, etc.) y hoy estoy totalmente inmerso en un mundo que me hace sentir bien. Cómo dije anteriormente, me gusta tener el control de mis cosas, y como cantante, cada una de las letras que escribo narran un poco cómo me siento y cómo quiero hacer sentir a aquellos que escuchan mis historias.
Por último, me quiero quejar de algo más. Aunque no tenga completa certeza de nada, estoy cada vez más convencido que solo venimos y solo nos vamos, y que empezamos a morir desde el día uno de vida. Entonces, ¿Por qué hay tanta gente desesperada en anestesiarse farmacológicamente con la hipnosis de los rituales amorosos? Buscando algo que los complete, intentando llenar su vacío y demandándole a la persona que tienen delante sus más puros egoísmos.
Si hay algo que aprendí en el mes de mayo en mi estadía en Buenos Aires, es que mi soledad es impagable. Y que si no soy mi mejor amigo, probablemente nadie lo será. Y mientras escribo esta publicación que me tó
mo más de tres noches solitarias, doy por finalizada esta locura/lectura.
Comentarios
Publicar un comentario
Abro el debate a continuación...