Es curioso cómo la cabeza de uno se adapta rápidamente a los nuevos entornos que habita. El cuerpo se predispone a una nueva aventura encabezada por el deseo de movilizarse a insólitos espacios y, una vez en ellos, comenzar un período adaptativo que en mi caso supuso de pocos días. ¿Será que mi cabeza sola puede amoldarse fácilmente a diferentes lugares habitables por el mero hecho de experimentar algo distinto luego de tantos años conviviendo entre las mismas paredes? Viajé a la gran ciudad, a un edificio para nada modesto en el centro de todo. Al límite entre Almagro y Caballito, a dos cuadras del Parque Centenario. Me arrojé a la aventura de improvisar, sin saber a ciencia cierta qué iba a depararme estar allá, solo con la soltura de sentirme cada vez más ligero entre tanto cemento. Aparecieron nuevas personas en mi vida, personas que no imaginé conocer. Me abrieron la puerta a lo desconocido, pude recorrer el underground que tanto me seduce desde siempre: la distorsión, lo extraño,...
La soledad y la noche tienen un intrincado lazo de camaradería, entre ambas despiertan un estado de relajación y concentración que no es frecuente en la atiborrada vida diaria en la que nos sumergimos. Miro mis manos sobre el teclado y reflexiono sobre todo en poco tiempo, a veces con ganas de que esas imágenes y sus sensaciones fueran simplemente traducidas a texto pero, sabemos que no funciona así (por suerte aún podemos decidir que no sea así, porque si de progreso tecnológico habláramos sabríamos bien que una Inteligencia Artificial lo lograría de alguna u otra forma). Y acá entra mi papel crucial en el cual te transmito a vos lector cada una de mis cavilaciones. La mente si muove - Paolo Tocchini Por momentos pienso que nada tiene sentido y me permito dudar de absolutamente todo. A veces escucho a personas que no me agradan y descubro un interesante razonamiento. Puedo llegar a ser autodestructivo y querer arruinar hasta el vínculo más cercano. Me creo dueño de mi depresi...